8.1.09

Día de presentaciones

Antes de nada, me voy a presentar, que lo cortes no quita lo valiente, y tal como está el mundo... mejor dar la cara antes de que te den por.... bueno por ese sítio, no se vaya a decir de mi que soy una grosera desde el primer día. Aunque, de vez en cuando, lo soy; no voy a negarlo a estas alturas de la vida. Hablando de vida, tal vez me remonte un poco pero creo que es necesario...

Nací un 1 de Abril de hace ya algunos años. Mi intención no era la de salir,parece ser que me obligaron a dar la cara. No si...yo ya me temía lo qué había fuera. Pero mi estancia en el útero materno tenía límite de caducidad y yo ya llevaba un mes más de la cuenta en ese lugar.
Tres días estuvo mi madre sufriendo, y no precisamente en silencio, a que reaccionara a las envestidas del destino. Tuvieron que abrir; soy cabezota y si algo no me apetece... me forzaron a descubrir el nuevo mundo a base de cesaria. No me pidieron mi opinión.
En ese punto de la vida ya sé que nadie todavía ha podido dedicir por si mismo, pero eso no me alivia ni consuela. Me obligaron y punto.
Mi nacimiento coincidió con tambores y bombos. En plena rompida calandina. Nací para dar guerra. Los estruendos de esa Semana Santa marcaron mi caracter y mi nervio. Piel delicada, que al mínimo roce sangra. Toda yo agua de gaseosa agitada, puro sistema nervioso alterado. Primavera incontrolable, imprevisible y llena de fuerza. Mis lloros despertaban a todos mis pequeños compañeros de cuco; porque yo era grande, rojiza, pelona y muy muy llorona. Mis ojos eran almendras castañas que deseaban ser aclaradas.

Nadie me lo dijo pero lo sentí: ¡estaba castigada!
Fui dolor de tres dias y eso no se me perdonó. Vivieron mi nacimiento con deseo e ilusión pero con dolor de muelas y picor de pies. La que durante 10 meses me llevó consigo no me quería ver; y el compartir un mismo espacio, desde entonces, se ha hecho más que difícil.
Por su parte, amor y protección, tan intensos, que necesitaban distancia y marea baja. Me pusieron Marta por no ponerme María. Aunque si hubiera sido un niño, bajo el ataque revolucionario en el que vivían mis padres, me llamaría Israel. Marta la que no tiene tren pero tiene tranvia; la que tiene un marcapasos que le anima el corazón.
Todos dijeron: ¡Mírale qué ojitos tiene! ¡Es identica a su padre! Y es que es así, soy mas mi padre que mi madre. Solitaria, peleona, trasto y gamberra. Siempre mala y castigada. Y a quién no le gustara ¡cremallera!. Difícil de dormir y de sueños incansables. Pesadillas revueltas, nanas eternas por el pasillo y barrotes de cuna fáciles de escalar. Toda fuerza, toda impaciencia. Inconformista, mirona y cotilla. Mala leche concentrada. Rebuscadora y aventurera. Ratón de armario aficionado a coleccionar moratones y heridas de guerra. Tormento familiar incansable.

¿Y qué queda de todo ello? Supongo que algo quedará. Pero el tiempo no me supo potenciar las cualidades que ahora necesitaría y sí de las que precindiría. Caprichos de la vida, me hicieron dócil y complaciente. Necesitada de beneplacito y siempre correcta. Nunca satisfecha y siempre exigente. Mala crítica de mi misma y carcelera de mi destino.
Pero la Marta niña siempre está. Me alerta, me atosiga y me pide que sea libre. Que no piense en el qué dirán y que busque mi camino. Gemela de la que nunca me desligaré, siempre me persigue, me alienta. Tal vez algún día seremos una.