18.3.10

Caperucita roja

Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla. ¡No Roja!. ¡Ah!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: "Escucha Caperucita Verde...". ¡Que no, Roja!. ¡Ah!, sí, Roja. "Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de patata. "Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel". Bien. La niña se fue al bosque y se encontró a una jirafa. ¡Qué lío! Se encontró al lobo, no a una jirafa. Y el lobo le preguntó: "Cuántas son seis por ocho?". ¡Qué va! El lobo le preguntó: "¿Adónde vas?". Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió... ¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!. Sí y respondió: "Voy al mercado a comprar salsa de tomate". ¡Qué va!: "Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino". Exacto. Y el caballo dijo... ¿Qué caballo? Era un lobo. ¿Seguro?. Y dijo: "Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle". Tú no sabes explicar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?. Bueno: toma la moneda. Y el abuelo siguió leyendo el periódico. [Cuentos por teléfono / Gianni Rodari]

“Yaya, cuéntame un cuento. A ver, no sé ¿cuál te cuento?. El de Caperucita Roja. ¿Estás segura? Sé de uno mejor. ¡Vale!. Erase una vez en la guerra de Troya…”. Así comenzaban siempre los cuentos en Calanda. Mi yaya era la especialista en cuanto al Caballo de Troya se refiere. Cada noche la historia variaba, crecía, se distorsionaba. Me encantaba. Ya le podía yo guiar, que nunca la historia se contaba igual. “Yaya, cuéntame un cuento. El de los tres cerditos. ¿Estás segura? Mira que yo creo que a los de Troya les han pasado cosas nuevas..”. Nunca le pedía ese cuento pero no había noche que no me durmiera con él. No quería confesar que los Troya me tenían enganchada. Con el tiempo he descubierto que mi yaya nunca supo lo que en realidad sucedió en la Guerra de Troya. Sabe escribir un poco y leer otro poco. Y como le saques de las sumas y restas o de dividir por dos se lía; pero siempre ha contado los cuentos como nadie. Incluso ahora que está perdiendo la memoria, creo que sería capaz reinventar de nuevo nuestro cuento de buenas noches. Su imaginación alentó la mía. Y… “colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Yaya, los de Troya eran muy listo. ¡Y qué lo digas!. Venga, tápate bien. ¿La bolsa de agua caliente?. En los pies. Cierra los ojos. Cuatro esquinitas tiene tu cama cuatro angelicos que te la guardan. ¿Apago la luz del pasillo?. Yaya te quiero. Y yo también hija”. La luz se quedaba encendida y yo me metía dentro de un enorme caballo de madera.

3 comentarios:

  1. Dios!!!! Creo que estaré una temporada sin leerte porque es leerte y la lagrimilla se me cae... Ayyy será que noto ya la primavera????? Cuántos recuerdos me vienen con mi iaia... Por ejemplo cuando me perseguía con la escoba y me decía: Ja t'agafaré jo, ja!!!!!! Vine, vine!

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  2. ai! en cosas asi es cuando echo de menos el no haber disfrutado de ninguna de mis abuelas,...en su defecto mi abuelo (el único que conocí) me explicaba historias de cuando se casó con mi abuela, y me recordaba cada vez que salia por la puerta, que tuviera cuidado: "Hija, no os metáis por el monte, que os puede salir una víbora!!!"
    PRECIOSO VIDEO Y CUENTO!

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  3. Ai!!! los yayos y las yayas... cuanto les debemos y lo poco que se lo decimos...

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