7.7.10

De boda por Logroño

No todo fue el hostal Casa con Encanto. ¡Y menos mal!. La noche previa a la boda ya nos pegamos las primeras risas. Había quien cojeaba y tuvimos que llevar a la Tulli, a lo sillón de reina, hasta su hotel de cuatro estrellas. Unos demostraron su hombría y otros, bueno, otros llevamos las muletas. A las cuatro de la mañana, nos recogimos y a las diez, ya estaba duchada y aseada dispuesta a olvidar la noche y la fogosidad de la habitación de al lado. Desayuno en la Plaza del Mercado. “Yo querré un cruasán”. “Y yo”. “Y yo”. “Yo también”. “¿Tenéis cruasanes?”. “No se nos han acabado tenemos tostadas”. Todos al unísono, levantando la mano “¡Tostadas! ¡Tostadas!”. El chico apunta y Enojada dice “Es que yo soy más de salado. ¿Qué tenéis?”. “Pues tenemos pincho de tortilla…”. No le dimos tiempo a más. Todos levantamos la mano en bloque. “Tortilla”. “Tortilla”. “Tortilla”. ¡Qué risas!. La que no se hubiera reído, si hubiera visto el tinglado que había en la plaza, era la novia. “¡Maja! Como vea esto Cris se muere”. Desconocía la afición logroñesa por la roja. Estos tipos se lo toman en serio. Pantalla gigante, unidad móvil de Telecinco, paellada popular y casetas con productos varios típicos de La Rioja. Y todo ello, ¡delante de la puerta de La Redonda!. La que se casaba histérica, por si llovía, vivía ajena a los acontecimientos de la plaza. ¿Quién iba a ser el guapo que se lo dijera?. Pues, nadie. Se hubiera muerto. Menos mal que para la tarde, al menos, quitaron los chiringuitos.
Mientras unas se fueron a ponerse guapetonas a la pelu el resto paseamos. La calle Portales con sus tiendas a lo viejo, estaba en plena actividad. Ese toque de antaño en sus escaparates y su grafismo tan sesentero, ¡me vuelven loca!. De allí al Revellín con su muralla, a quitar el coche de la zona azul. Pagada la multa y fotografiada en mi momento amarillo del día, fuimos testigos de la llegada de una madre a la boda de su hija en la Parroquia de Santiago. ¡Cómo para no enterarse! Iba dando voces por la calle, mientras los peregrinos seguían las marcas del camino. Y ¡chas!, ¡sorpresa!. Un juego de la oca gigante. De oca a oca y tiro porque me toca, volvimos a ser todos un poco chicos. Hicimos el pichorras un rato y marchamos hacia el Puente de Hierro. En la otra orilla de ese Ebro chocolateado por las lluvias de estos días, había un parque musical. Fuimos niños de nuevo. Adultos jugando a esconderse del sol, intentado hacer funcionar todos y cada uno de los aparatejos que allí había. Volvimos a la otra orilla por la pasarela peatonal, atravesandola vimos a un tostado viejete en piragua, surcador de aguas a toda marcha, acompañando a la corriente hacia el Puente de Piedra. En el Parque del Ebro peloteaban en el frontón y todos estábamos secos. Era la hora de comer. Era la hora de laurelear.
Amo la Calle Laurel. Adoro la Calle Laurel. Senda de los elefantes, en la que no se necesita ni rifle ni fusil, sólo ganas de laurelear. La trompa está asegurada; de allí su nombre. Zona de chiquiteo de Logroño a donde se va a chafardear, tirar de tintos y a tapear. Es un rincón gastronómico al aire libre digno de ser degustado con pasión y ganas. Los bares son conocidos por sus especialidades así que de esta manera relato nuestro safari. Primera al de los champis, luego al de los pinchos morunos, sentados en mesa ajena por motivos logísticos, Ronal se hacía cargo de no dejarnos secos ni hambrientos. El filipino cazó para nosotros unos tigres, robé unos chatungos para el ajuar de Ire y nos fuimos de cabeza al de los huevos rotos. Unos los pidieron con chorizo, otros con bacalao, otros con roquefort,… Se dice que entrar a la Laurel es fácil pero que salir no tanto. Muchos se perdieron en ella y nunca salieron; y los que lo hicieron, casi siempre a cuatro patas. Pues imaginaros como acabamos. ¡Teniendo que ir a dormir la siesta! Eran las cuatro, a las seis era la boda y había que ir decentes.
Llegamos tarde a la ceremonia, para variar. La novia guapísima y emocionada. Con velo y cola, boda de princesa. Como la había soñando desde pequeña. Tal cual nos la contaba en nuestras rutas de cuelga de carteles para las fiestas del pueblo. Hubo una excepción, el ramo, orquídeas rosas en lugar de calas blancas. Mucha niña mona, mucha falsa elegancia de provincias y ¡mucho kiki!. Dios, santo. Pena no haber hecho foto a tanta ostentación de plumas, floriponcios y volúmenes imposibles sobre las cabezas de las invitadas. Había de todo. Las sencillas, las horteras, las digital plus, las faisanes,… ¡y no se lo quitaron en toda la noche! Eso es poderío y lo demás tonterías. Lo mejor de la boda, nuestra mesa y nuestros satélites en las mesas vecinas. Cantamos el gol de la victoria y tocamos las bubucelas, para irritación de la novia que no quería ni oír hablar del Mundial. La comida rica y el solomillo sublime, todo bañado en buen tinto de La Rioja, ¡cómo no!. El resto de invitados no interaccionó mucho con nosotros pero, la verdad, íbamos sobrados de cachondeo y diversión. Perseguimos a Montilla y conseguimos hacernos una foto con él. Todo el clan catalán contentos, bailamos al ritmo de Chimo Bayo. Desaparecí con el último autobús, con una botella de vino bajo el brazo, con los tacones en una bolsa y un acompañante que no faltó al protocolo, preguntándome si esta sería la última boda. Siempre acaba casándose alguien. No sé qué digo.



3 comentarios:

  1. bueno bueno,...veo que la cosa no estuvo tan mal la cosa no????

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  2. LA COSA no estuvo mal... :)
    si quien no se divierte es porque no quiere...

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  3. UOOOHHHHHH!!!!!! Al final te lo pasaste bien y todo!!!!!! Dentro de unos años ya no recordarás el hostal y sí las risas!!!!!! jajaja

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